Todas las personas hemos pasado por un proceso de socialización desde nuestra infancia, adaptándonos a normas y reglas sociales que reprimían por completo nuestra energía vital, condicionando nuestro comportamiento para ser aceptados, para ser amados y reconocidos por nuestros padres, profesores, amigos y sociedad en general. Para evitar el dolor y el sufrimiento que conlleva traicionar nuestra verdad, nos desconectamos de nuestro cuerpo. A medida que crecemos, nuestro ser más sensible y vulnerable, herido por todas las experiencias traumáticas que vivimos en esta realidad, empieza a desarrollar una coraza para protegerse, evitando sentir el dolor a través de mecanismos de defensa, máscaras, roles… Surge el personaje, ese ser con el que nos identificamos y que forma nuestra personalidad.